Hoy leí en prensa digital un artículo sobre la amistad y la evolución que esta sufre en nuestras vidas a medida que vamos creciendo.
Amigos de la infancia, amigos de la universidad, amigos del trabajo, amigos del colegio de los niños, ¿amigos virtuales?
No es fácil mantener el contacto con las personas que se cruzan en nuestras vidas, especialmente en las grandes ciudades como Madrid dónde todo está hecho con unas dimensiones que obstaculizan con frecuencia que fluya el trato con nuestro entorno social. Siempre he envidiado la vida más apaciguada de las pequeñas capitales de provincia, donde uno se encuentra a los amigos y a los conocidos paseando por el centro de la ciudad. Tengo familiares que han nacido en un ciudad así y que reniegan de la exposición continúa a los conocidos, saboreando y agradeciendo el gélido anonimato madrileño.
Yo siempre que me encuentro por la calle con alguien conocido lo agradezco, refuerza mi sensación de pertenencia a la ciudad que me ha tocado en gracia y que, por el momento, no soy capaz de abandonar.
A través de las redes sociales y de los chats, cientos de miles de personas desconocidas se mezclan y remezclan desordenadamente con intereses cruzados en ocasiones incompatibles.
Mi experiencia durante y tras mi paso por la portavocía de los controladores, con el consiguiente catapulte a la opinión pública, conllevó una inmersión en el complejo y fascinante mundo de las relaciones virtuales. Tras Facebook, el cual considero más familiar e íntimo, llegó el exhibicionista Twitter, la red social que acaba por mostrar las flaquezas de sus inquilinos. Aquí todos podemos, tarde o temprano, caer en la tentación de abrir la gabardina y mostrar nuestras vergüenzas en el patio global que Twitter representa. Abundan los ejemplos de numerosas figuras públicas expuestas al escrutinio microscópico pero superficial que la red representa.
En mi caso lo más positivo, aparte de fortalecer el carácter ante tanto ataque desmedido y visceral, ha sido conocer gente, sea real o virtualmente y que algunas personas se hayan conocido a través de mi.
Hay un grupo de tuiteras, ya desvirtualizadas por mi parte, que empezaron siguiendo mis andanzas durante el culebrón de los controladores y que han acabado por hacerse amigas y quedar con cierta periodicidad.
Hay una pareja que surgió de mi antigua página de Facebook y que a través de algo tan ajeno para ellos como era el tema de control han consolidado una relación afectiva.
Dentro de la maraña de griterío, egos que colisionan y tuiteros voyeurs sobresale en mi opinión una red de apoyo virtual, donde se tejen, tuit a tuit, unos vínculos, tenues e imperceptibles al principio que acaban por crear unas "amistades virtuales", a veces materializadas en el mundo 1.0.
No queremos estar solos, no queremos que el silencio nos silencie.
Estas redes en constante expansión y evolución nos acompañan, nos acercan mediante un teclado a informaciones, conocimientos, debates, rabietas y sentimientos y eso es, después de todo, lo que dota de chispa a nuestras vidas. No veo al mundo real y al mundo virtual como realidades paralelas sino complementarias.
La tecla puede ser la llave de muchas puertas, yo las he abierto y nunca me he arrepentido de ello.