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domingo, 30 de septiembre de 2012

Vientos de América

Acabo de regresar de los EEUU, país grandioso y grandilocuente, lleno de contrastes punzantes pero que nunca deja indiferente y del cual siempre se puede aprender algo nuevo.
En Europa, y en España sin duda, muchas voces, la mayoría desde la izquierda,  critican a la sociedad estadounidense como despiadada meca del capitalismo individualista donde los ciudadanos viven inmersos en un sistema poco solidario.
Lo chocante del tema es que muchas veces dichos críticos del estilo de vida norteamericano ni siquiera han puesto los pies en la moderna "tierra prometida".
EEUU bien vale un viaje de reconocimiento, las contradicciones y las sorpresas aguardan nada más bajar del avión.
Los EEUU han sido desde su fundación una nación de inmigrantes, de diversos orígenes, religiones y estratos, que empujados tanto por la adversidad en sus países o por sus ansías de superación personal hicieron las maletas para nunca volver. La génesis del país es esencial para lograr comprender en cierta medida el modus operandi y vivendi de los estadounidenses.
A los europeos nos choca la presencia en Estados Unidos,  tanto en la Constitución como en los discursos de sus políticos, y de gran parte de sus ciudadanos, e incluso en los billetes de dólar, de Dios. Nuestras sociedades se precian de separar religión y Estado, aunque en esto fueran también pioneros los americanos, y no obstante,  los conflictos entre religión y laicidad parecen cobrar más fuerza en el Viejo Continente, donde poca mención se hace de Dios en la esfera pública.
Aquí en España es inconcebible que un político diga " que Dios los bendiga" al rematar su discurso electoral de cierre de campaña, allí está a la orden del día.
El origen religioso del país, poblado inicialmente por refugiados protestantes en busca de aires de libertad de culto, ha dejado una huella que el paso de los siglos no ha logrado borrar por completo.
Los extremos se tocan en la América del Norte más que en ninguna otra sociedad occidental; opulencia y miseria, religión estoica y consumismo ateo, hospitalidad y patrullas ciudadanas anti-inmigrantes, etc..... La lista es infinita, tal y como la diversidad humana.  De hecho, estas dualidades desencontradas no hacen sino reflejar y resaltar la grandeza de un país en el cual todo es posible, lo mejor y lo peor.
Creo que en las sociedades europeas nos movemos en unas líneas de comportamiento más intermedias, menos extremistas aunque la agitación política aparentemente desdiga esta afirmación.

Ciudadanos y política juegan a mi entender dos roles diferentes a este y a aquel lado del Atlántico.
En EEUU es difícil sin dinero o sin un talento especial, demostrado vía trayectoria personal, como es el caso de Barack Obama, alcanzar puestos de relevancia en las altas esferas políticas. La supuesta partitocracia de Republicanos y Demócratas enmascara un aglutinamiento de individualidades bajo la bandera de los partidos.
Por el contrario, aquí en Europa, la partitocracia domina sin fisuras la escena política; no es preciso ser brillante ni tener dinero, basta formar parte de los partidos, pasar por el aro y hacer carrera dentro de una estructura cuasi empresarial para escalar posiciones.
En relación al comportamiento ciudadano también hay notorias diferencias que un análisis superficial de ambas realidades revela con prontitud.
Los europeos estamos, a pesar del hastío y de la indignación, o tal vez por ello, mucho más politizados que los estadounidenses. Aunque no lo queramos, nuestras vidas se ven más afectadas por un Estado omnipresente e intervencionista y, a pesar de despotricar en las tertulias callejeras sobre nuestros representantes, votamos más que lo que hacen los estadounidenses.
Al otro lado del charco se habla menos de política, incluso ahora en plena campaña electoral, se vota menos, se espera y exige menos del Estado, y más de uno mismo, y por ende, el nivel de crítica es menor que el de un europeo.
Allí la política es profesional, templada y relativamente ignorada por la gran masa.
Aquí la política es una forma de vida, encendida y comentada y criticada por la gran mayoría.
El asociacionismo y la filantropía son rasgos distintivos de la sociedad estadounidense, poco desarrollados en Europa, que dejan patente que allí se espera más, y con razón, del resultado que uno mismo consiga con su esfuerzo personal,  y menos de la incidencia de posibles ayudas o trabas que el entorno social despliegue.

No pretendo hacer una alegoría de las bondades del "American Way of Life", soy europeo y tengo una mentalidad claramente europea, pero no puede uno dejar de admirar el torrente creativo de una sociedad que sabe reinventarse constantemente y, fundamental por encima de todo, que permite a sus ciudadanos reinventarse.
En esta España en crisis global, donde seguimos a la deriva, incapaces unos, otros y todos de encontrar una nueva fórmula, el nuevo contrato social que nos vaya sacando del remolino, resulta casi imposible cambiar de vida.
Nuestra sociedad desincentiva el cambio, la valentía y el riesgo personal y prima la seguridad y el continuismo. A diario se alzan voces de jóvenes con talento, formación y con ganas de trabajar, también de empresarios emprendedores con espíritu innovador y de ciudadanos con ganas de renovar la vida política, frustrados ante los muros que encuentran en su camino.
Siempre he pensado que las sociedades que mejor sobreviven y que más progresan son las que saben adaptarse y aquellas que saben aprender de lo que otros hacen bien, imitando, mejorando y adaptando a sus circunstancias cada herramienta ajena que cae en sus manos.
En esto, sin duda, nos llevan la ventaja los americanos. Tal vez mirar hacia el otro lado del Atlántico, hacer autocrítica y asumir con arrojo que tenemos muchas cosas que cambiar, manteniendo lo bueno,  pueda servirnos de revulsivo para despegar.
Los vientos, las tempestades, y los huracanes siempre soplan del Oeste, los anticiclones también, quizá es el momento de abrir la ventana y airear la casa y las ideas asumiendo algunos riesgos.
Cambiar no es fácil, en ciertas ocasiones es imprescindible.