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sábado, 26 de mayo de 2012

L'Europe, Douze Points!


Se celebra esta noche el famoso y a la vez denostado Festival de Eurovisión de la canción, el cual creo que bien merece unas líneas de reflexión.
Es un fenómeno sociológico digno de estudio que, con sus altibajos, se ha mantenido a través de las décadas contra viento y marea por más que muchas voces lo traten con cierto desdén.
Algo que surgió en 1956 cosa de pocos, en una Europa que salía de la posguerra, ha ido creciendo con el continente, reflejando los cambios históricos que este ha experimentado para llegar a consolidarse como un referente en todos los países que en él participan.
Muchos ciudadanos denostan el festival por cutre y hortera, escaparate de melodías comerciales, olvidables y prescindibles. La parte de razón que dichas críticas arrastran no puede hacernos olvidar que el Festival es la mayor celebración conjunta de tipo cultural que se celebra en Europa, sí han leído bien, cultural. Esto lo dice casi todo de los lastres que a día de hoy cuelgan del proyecto Europa 
La Unión Europea, núcleo duro del continente y a la cual pertenecen la gran mayoría de participantes, no ha sido capaz en sus años de vida, casi los mismos que Eurovisión, de poner en marcha eventos culturales que ayuden a acercar a los europeos más allá de la cooperación económica y normativa.
El programa Erasmus destaca como el otro puntal de cooperación e integración en un continente que sigue desconociendo demasiado de los vecinos con los que comparte cama económica para bien y para mal.
Para los europeos que vivimos el festival en nuestra infancia, cuando aún tenía prestigio y se seguía de manera masiva, esta nueva Europa de naciones irreales tipo Azerbaiyán que ni siquiera existían entonces resulta exótica y lejana pero real a través de sus representantes año a año.
Eurovisión nos recuerda, sutilmente, entre gritos, baladas y músicas bailongas insufribles, que Europa es un continente diverso, en cambio constante y que al final son las personas, mediante sus expresiones culturales las que van conformando las sociedades y limando las asperezas de los roces. 
Deberían tomar nota Merkel y los eurócratas de la cojera de la mesa europea, del malestar en muchos países, no solo en Grecia, no solo por la crisis, y del recelo de muchos europeos ante lo que la Unión Europea representa en sus vidas. 
La pata de la cultura, del conocimiento del otro, de la unidad en un proyecto común dotado de alma y sentimiento, el mejor pegamento que el hombre conoce, resulta demasiado corta y hace que la mesa se tambalee y amenace con caer.

Capitales europeas de la cultura, festivales conjuntos, programas de intercambio de estudiantes, programas de cooperación entre empresas intercambiando trabajadores, etc... son parches en un tapiz que no tendría que crecer año tras año.
Deberían ser los valores y la creatividad europea, en general mucho más similares de lo que pensamos, los que cimentaran una idea del mundo que bien merece la pena, y no únicamente los euros, los presupuestos y los planes de ajuste. 
Falta una Europa humana y por ello el Festival, con sus defectos y sus vicios, sigue flotando como un corcho año tras año, haciendo sentir a los Eurofans que pertenecen a un barco extraño y común en el que navegar compartiendo camarote. 
L'Europe, douze points!

jueves, 17 de mayo de 2012

Mamá quiero ser periodista


Dicha frase substituyendo el artista por el periodista bien sirve para poner de manifiesto la aparente vocación necesaria para el desempeño de ambas, así como también dejar intuir las posibles reticencias del entorno por dicha preferencia.
¿Se ha convertido el periodismo en una profesión mal vista a ojos de los padres o de la sociedad?
En el momento actual de crisis de confianza en las instituciones, el ciudadano tiende a reaccionar de dos maneras complementarias y contradictorias; por un lado, ávido de información se lanza a leer la descripción que los medios hacen de la realidad, por otro, saturado y angustiado por lo que percibe, se centra en su día a día más cotidiano y menos incomprensible.
Hace poco me decía una conocida periodista que la carrera de Periodismo es la más inútil de cuantas existen, lugar común de muchos compañeros de profesión, yo discrepo de semejante aseveración.
Hay mucho que criticar en los planes de estudios universitarios en España, por ejemplo, en Periodismo de la UCM clama al cielo que no haya asignaturas de enseñanza de lengua extranjera en este 2012 irremediablemente global. No obstante, la universidad, la carrera de periodismo, dota al alumno de una estructura mental, de una visión, superficial, pero visión al fin y al cabo, de lo que la profesión representa,  aportando herramientas que ayudan a empezar a volar libres y a trompicones, la mejor manera de aprender: prueba-error.
El periodismo es imprescindible en esta coyuntura de cambio de modelo al que nos enfrentamos, es a la vez partícipe y artífice del mismo, en una peligrosa doble función que provoca turbulencias que constatamos a diario. El debate sobre el lugar de la prensa, sus ramificaciones con el poder, su crisis de audiencias, de contenidos, en un río que no cesa y que no debe dejar de fluir.
Está en manos de los periodistas, a través del teclado y mediante su voz, el lograr un periodismo digno y conseguir que la sociedad comprenda cuanto necesita de dicho periodismo. Toda vocación es más fuerte que los obstáculos que en su camino.
Yo estudié Periodismo sin gran convicción, acabé la carrera en 4 años en vez de 5 acelerando el proceso para zanjar una situación de incertidumbre y de cierta insatisfacción. Nunca pensé que tendría que ejercer de periodista, ni poner en práctica lo poco que pensaba haber aprendido en aquella fortaleza de hormigón que es la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid.
Pero la vida, en sus meandros y en sus vericuetos, me lanzó a los rápidos de los medios de comunicación una primavera de 2010 y entonces, 16 años después de haber abandonado aquellas aulas, pude comprender que las cosas tienen un sentido que a veces se nos escapa y que todo lo aprendido, por nimio que parezca, viene a nuestro rescate cuando uno más lo necesita.
Es irónico que haya que alejarse tanto, en el tiempo y en la distancia de la trayectoria personal, para poder entender que nuestras decisiones siempre encierran una base de lógica vital, pudiendo así decir, con décadas de retraso aquello de "Mamá, quiero ser periodista"

viernes, 11 de mayo de 2012

Juego de tronos


Guerra, poder, intrigas, egos, venganzas, maquinaciones, despechos, alianzas y mucho más son ingredientes del cóctel de pasiones humanas que conforma la afamada serie Guerra de Tronos, éxito televisivo mundial vigente.
Mi artículo de hoy no versa sobre las puñaladas entre los Lannister y los Stark, aunque todo el explosivo mix de intereses desencontrados forman parte del tema a tratar.
En esta España en caída libre, aeronave falta de combustible, plan de vuelo y, aparentemente, de pilotos certificados, se adolece de buena parte del enconado contrapeso que la novela de los siete reinos muestra capítulo a capítulo.
Aquí nos encontramos con una casta política, de partidos diversos, que cual chapapote institucional ha ido ocupando casi todos los estamentos que conciernen al control del Estado, llegando a invadir estancias propias de los ciudadanos. No hay verdadera competencia por el poder, no hay contrapesos, controles reales, todo es demasiado parecido como para mantener al sistema saludable.
No es de recibo que no haya requisitos mínimos para dirigir el país, y es muy indecente que las responsabilidades por una nefasta gestión tan solo se vean expuestas al posible castigo de las urnas. 
No es de recibo que la Justicia esté mediatizada por los partidos políticos, los cuales prostituyen y limitan la independencia de la misma sin visos de solución. 
No es de recibo que políticos y sindicalistas campen a sus anchas en los Consejos de Administración de las Cajas y de las empresas públicas. 
Es inevitable que los factores subjetivos que todos aportamos con nuestro punto de vista del mundo trasciendan en los grupos dentro de los cuales participamos. Lo que no es deseable y sí muy pernicioso, a la vista está, es que un pequeño número de personas, muchas de ellas cuasi indocumentadas, determinen los designios de toda una sociedad. 

Hay que independizar la Justicia, las empresas públicas, TVE a la cabeza, limitar los mandatos electorales y dejar de tratar a la población como si fuésemos meros espectadores de un partido en el que tan sólo nos dejan comprar entradas cada cuatro años. 
Que los estamentos pugnen entre ellos con independencia, que los jueces elijan a sus representantes y los trabajadores de empresas públicas a sus gestores. El equilibrio es una virtud fundamental para que un tenderete no se venga abajo, el español no parece sostenerse muy firme; así que más que nunca, hay que permitir que los ciudadanos, jueces, funcionarios o asalariados, se labren su carrera profesional sin tanta intromisión de los políticos. 
El Estado está para equilibrar desigualdades extremas y coadyuvar para que una sociedad mejore conforme a unas reglas básicas de convivencia, no para regular cada nimio detalle de nuestras vidas ni para sablearnos casi por respirar.
Gran Hermano fue primero una novela y, más tarde, un formato televisivo de gran impacto, no permitamos que se convierta en el pan nuestro de cada día. 

sábado, 5 de mayo de 2012

Más que un club

Siento decepcionar a los culés pero no voy a hablar del Barça, este post no va de fútbol, en realidad tampoco va de baloncesto aunque su protagonista sea el madrileño club Estudiantes, y ese señores lectores, sí que es mucho más que un club.  
Quiero con estas palabras rendir homenaje a una parte imborrable de mi memoria juvenil que representa un atípico caso dentro del panorama social español.
El club de baloncesto Estudiantes fue fundado en 1948, ligado al colegio Ramiro de Maeztu, con don Antonio Magariños como impulsor del revolucionario concepto de aunar educación y deporte en la España de posguerra, siguiendo la estela de las instituciones estadounidenses. 
Con el paso de los años, cuajado el proyecto, y asentado ya el club como un clásico de la primera división del baloncesto nacional, Estudiantes y Ramiro de Maeztu pasaron a ser indisolubles a ojos de los madrileños.
Fui estudiante tanto del Colegio como del Instituto, situados en la Calle Serrano de Madrid, doce años esenciales de mi formación personal, vividos en aquel inmenso y fantástico conglomerado de edificios. 
Asociar deporte y educación de aquella manera fue algo pionero, fructífero, emblemático y emotivo, que dotó de personalidad a una institución por la que hemos desfilado miles y miles de madrileños desde hace casi un siglo.
La mítica afición del club, la Demencia ocupa un lugar de honor entre las aficiones españolas, entregada, ocurrente e incombustible como pocas.
A día de hoy el club Estudiantes es la mayor cantera de baloncesto de Europa, un mérito épico poco reconocido, a mi entender, por la sociedad española, particularmente por la madrileña a la que pertenece y representa. 
Cuando el fútbol parece adueñarse de la escena deportiva de manera omnipresente, cuando se habla de crisis educativa, más que nunca, es momento de mirar hacia este ejemplar proyecto para valorarlo como  referente y modelo en tiempos de zozobra. 
Si los distintos gobiernos democráticos hubiesen asociado con mayor entusiasmo educación y deporte en vez de lanzarse a la cabeza las distintas reformas educativas, es probable que otro fuera el panorama docente español a día de hoy.

Este domingo por la tarde el Estudiantes enfrenta, una vez más, el fantasma del descenso de categoría, un peligro sorteado con heroicidad en ocasiones anteriores. Tan solo tres clubes españoles de baloncesto pueden decir con orgullo haber sido siempre miembros de la categoría máxima, Real Madrid, Joventut y Estudiantes. 
Mañana, pase lo que pase, no cesará esta epopeya de deporte y deportividad,  de esta rara avis, simbiosis de baloncesto y espíritu educativo, que el Estudiantes siempre ha representado.
Mucho más que un club, especialmente para los que aprendimos a caminar en la vida a su vera.
Otra episodio más de una página de la historia de Madrid, una reivindicación de como con pasión y con un proyecto positivo se puede llegar muy lejos.
Tomemos nota todos, esos son los senderos a transitar.